Laura Matas Martinez, Sostenibilidad

Los desafíos de una veterinaria de campo

Trabajar como veterinario de campo puede ser una experiencia muy gratificante, ya que, sin lugar a duda, contribuimos de forma directa a la producción de carne segura, nutritiva y de calidad, ayudando a garantizar el abastecimiento alimentario. Ser veterinario de campo es también trabajar muy de cerca con los ganaderos, en un sector que es un motor económico de muchas zonas rurales y en un ámbito en constante evolución, cada vez más enfocado en mejorar el bienestar animal, incorporar nuevas tecnologías y fomentar la economía circular.

Aunque trabajar como veterinario de campo también tiene grandes retos a los que nos enfrentamos y de los que debemos aprender diariamente:

Percepción social de la producción porcina

Cuando se piensa en ganadería, el veterinario nunca aparece en primer lugar, y mucho menos todas las funciones y todas las responsabilidades que llegamos a tener. En este sentido, el trabajo que realiza un veterinario en el sector porcino suele ser uno de los menos conocidos.

Cuando las personas comienzan a conocer nuestra profesión y nos preguntan por nuestro día a día, nos toca explicar y en algunos casos desmitificar, algunas de las ideas que mucha gente tiene: “la producción porcina contamina mucho”, “Los animales consumen muchos antibióticos”, “Se gasta demasiada agua”, entre otras.

Este factor social es un desafío cuando interactuamos con personas que no pertenecen al sector y nos convierte, muchas veces, en comunicadores frente a quienes nos rodean, algo para lo que no siempre estamos preparados.

Las nuevas y futuras normativas

Como veterinarios de campo, cada vez nos enfrentamos a una normativa más compleja que muchas veces, nos obliga a hacer grandes tareas administrativas que nos alejan de poder estar más tiempo con los animales.

Pasamos horas frente al ordenador tratando de entender bien la legislación y completando los informes que se nos exigen, sumando, además, miedo constante a equivocarnos y poder recibir sanciones, lo que genera una gran presión en nuestro trabajo diario.

Esta situación nos lleva a vivir conflictos internos como clínicos: vemos animales claramente enfermos, pero dudamos si podemos tratarlos o no, por temor a las consecuencias legales. El miedo a ser cuestionados por hacer nuestro trabajo, por prescribir lo que creemos necesario, termina por hacernos sentir menos válidos que otros profesionales sanitarios.

Y esto no solo impacta nuestra labor técnica, sino también a nuestro compromiso ético con el bienestar animal. Es una lucha constante en la que aún nos queda mucho camino por recorrer.

El reto de la conciliación personal y familiar

Dentro de la profesión veterinaria, el sector porcino ofrece, sin duda, hoy en día unas buenas condiciones laborales. Sin embargo, trabajar con animales implica estar plenamente disponibles ante cualquier urgencia, y la responsabilidad de ser veterinario dificulta mucho poder desconectar a nivel laboral para centrarse en uno mismo o en la familia y esto es algo con lo que tenemos que aprender a convivir.

El sector y las empresas cada vez ponen más facilidades al respecto, con más equipo de trabajo y mejores turnos laborales, pero los ganaderos que confían en nosotros necesitan que estemos disponibles en momentos difíciles y trabajar con animales requiere atención constante, por lo que encontrar tiempo para uno mismo es un reto.

Rápida toma de decisiones

La mayoría de los días en la vida de un veterinario de campo son tranquilos: contamos con tiempo para charlar con los ganaderos, haciendo que la visita sea más amena para ambos y permitiéndonos detectar puntos de mejora en el día a día de la granja. Sin embargo, en momentos de urgencia, cuando debemos evaluar animales enfermos con rapidez, establecer un tratamiento y aplicar cambios en el manejo, la situación puede volverse muy complicada y estresante, ya que el bienestar de la granja depende de que nuestras acciones sean acertadas.

En muchas ocasiones, debemos tomar decisiones que no solo tienen un impacto económico en la granja, sino también un efecto emocional en los ganaderos. Decidir, por ejemplo, una reducción del censo para estabilizar un brote de PRRS, o establecer un manejo determinado, puede afectar a la rentabilidad y repercutir en la empresa, por lo que tomar este tipo de medidas exige que estemos siempre bien formados y seguros de que estamos haciendo lo correcto.

Veterinaria de campo conversando con un ganadero en el exterior de una granja porcina, en un entorno rural y soleado

Formación del capital humano

Uno de los grandes desafíos del sector porcino es el relevo generacional en la ganadería. Muchos ganaderos son los que se jubilan y tienen que vender su granja, ya que no hay relevo generacional. Un dato que corrobora esto es la edad media en el sector primario, que se sitúa en 61,4 años, lo que hace muy complicado ver gente joven en las granjas.

A esto, se añade también la dificultad de encontrar personal cualificado y comprometido. Muchas de las personas que se incorporan lo hacen buscando simplemente un trabajo. Lo positivo es que, con el tiempo y la guía adecuada, muchos descubren que esta también puede ser su vocación.

En este proceso, el rol del veterinario de porcino es clave. No solo somos responsables del estado sanitario de los animales, sino también formadores del equipo humano. Debemos enseñar a reconocer los primeros signos de enfermedad, los manejos reproductivos y las rutinas esenciales para que, ante cualquier problema, se pueda actuar con rapidez y eficacia. Tener un equipo bien capacitado y valorado marca la diferencia en la salud de los animales y en la productividad y aquí los veterinarios tenemos un nuevo desafío.

A pesar de todo esto, ser veterinaria de porcino no fue una elección difícil, crecí en una familia ganadera que me transmitió el amor por los cerdos desde pequeña. El sector porcino te exige, te forma y te recompensa. Por eso, yo elijo ser parte de este mundo del que me siento orgullosa y agradecida.